domingo, 25 de julio de 2010

Humor textual: El último emperador de papel

El siguiente trabajo, como otros que estoy subiendo a "Ideas y lápices", lo escribí hace varios años, pero nunca estuvo disponible en un blog, así que disculpen el polvo y las telarañas que puedan encontrar entre líneas:

En este texto -basado en hechos reales que se produjeron en China en 2002-, fantasía y realidad, risa y drama, acidez y poesía se funden en un todo único, ambiguo, inefable y descartable.


El último emperador de papel

Una medida de la República Popular China, tan drástica como sorprendente ha dejado los cielos de ese país sin barriletes.

Por José Alejandro Tropea
Ilustración: José Alejandro Tropea

Parece un cuento chino, pero no lo es. Los barriletes han sido prohibidos, a causa de los problemas y accidentes que producen a diario.
El golpe ha sido tremendo para quienes están involucrados en esta actividad. Prueba de ello es la arriesgada acción que llevaron adelante algunos fanáticos: un volante, tan amargo como crítico, fue repartido en las principales ciudades chinas. Su texto, parafraseando otro más conocido, dice así:

"Primero se llevaron los barriletes y no me importó,
después vinieron por los avioncitos de papel y tampoco me importó,
después vinieron por las cañitas voladoras y tampoco me importó,
hoy, mientras mi imaginación volaba, vinieron por ella, pero ya era tarde."

¿Temerario? No es para menos, el milenario arte del barrilete debe ser para China lo que el futbol para Brasil, el boomerang para Australia o el control remoto del televisor para la especie humana. Detrás de esos simpáticos objetos voladores hay todo un mundo de diseñadores, artistas, escuelas, fabricantes y vendedores.

Memorioso y a modo de advertencia, un ex-barriletero recordó el día que para acabar con la plaga de los gorriones el gobierno dio la orden de golpear sin cesar ollas y sartenes para que esos pájaros, que representaban un problema, al no poder bajar murieran exhaustos en el aire. Pero su extinción causó un desastre ecológico.

"La muerte de nuestros gorriones de papel traerá también desgracia a nuestro pueblo", vaticinó el ex-barriletero.

Por eso la circulación de aquel volante hace sospechar a los chinos más avispados que la comunidad barriletera pasará a la clandestinidad, creará la secta de la cometa o algo parecido y se reunirá en lugares secretos techados, con ambientes suficientemente altos para remontar allí -ayudados por ventiladores- sus amadas naves de papel, aunque más no sea a unos escasos metros de la tierra, mejor dicho de las baldosas.

Otros, en cambio, creen que finalmente recapacitarán y adoptarán una posición más realista y harán "la gran Von Braun" (cuando cayó Alemania en el 45) o "la gran vladimir" (cuando cayó la URSS): se dispersarán por el mundo con sus portafolios llenos de planos y secretos hacia países necesitados de sus habilidades, como Argentina, Nigeria o Brasil, naciones todas ávidas de contar con alguien capaz de hacer remontar sus destartaladas y alicaídas economías. O tal vez vendan sus conocimientos al mejor postor, entre aquellos candidatos a cargos públicos que necesitan remontar posiciones en las encuestas.

O tal vez intenten continuar con su actividad a la vista de todos, pero echando mano a un recurso tan viejo como el mundo: argumentando que la actividad se desarrolla en nombre del progreso de la humanidad. Por ejemplo, se pueden cazar miles de ballenas porque son necesarias para realizar estudios científicos. Y los barriletes, citando como intachable antecedente a Benjamin Franklin, podrían favorecer la investigación y desarrollo de modernas naves voladoras impulsadas por energía eólica.

Un escritor occidental dedicado a escribir ciencia ficción, más oportunista que artista, ha publicado un cuento basado en esta noticia. Esta es la trama: en un futuro indefinido el barrilete ha sido prohibido y erradicado absolutamente de la civilización. Los transgresores no pueden escapar de las garras de los implacables escuadrones anticometa. Estos queman todo con sus lanzallamas: planos, manuales y barriletes y condenan sumariamente a los responsables en función de la altura -en la atmósfera, la estratósfera o el espacio exterior- a la cual son sorprendidos infragantis remontándolos.

Quien todavía ha podido escapar al brazo implacable de la ley -de derechos de autor- es el escritor, buscado por plagiar en su cuento -al cual tituló descaradamente "Celsius 382"-, la idea de "Farenheit 451".

En contraste con este plagio muchos ex-barrileteros han optado por buscar otros horizontes para sus habilidades y vocaciones inscribiéndose en cursos que enseñan el inofensivo arte del origami o la fabricación de guirnaldas para fiestas.

Incluso algunos han obtenido permiso de las autoridades portuarias para "hacer a la mar" sus barquitos de papel, siempre que no representen una amenaza para la navegación comercial.

Irónicamente, otro problema podría sumarse a las consecuencias de esta drástica medida. Polonia adoptó, recientemente, el barrilete como símbolo de su país. Se teme que ahora los chinos, hilando exageradamente fino, consideren esto como algo más que una mera coincidencia y cuando vean, en la embajada de Polonia en Pekin, izarse la bandera con el barrilete flameando cerca de cables y antenas, lo consideren una agresión, tal vez apoyada por la secta de la cometa.
De ser así podrían llevar el caso al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, denunciando la invasión del espacio aéreo soberano en un acto de neto corte terrorista.

Mientras tanto, un desocupado artista del barrilete, parado en una populosa esquina de Shanghai, aparentemente ajeno a estos vaivenes, desahoga sus penas repartiendo, a la luz del día, el siguiente volante:

"Sopla furioso el viento helado,
el cielo vacío desaprovecha su ira,
mi barrilete ha sido arrojado a la basura,
mi alma se arroja con tristeza al abismo,
no arroje este volante en la calle"

Copyright © 2002 José Alejandro Tropea

No hay comentarios:

Publicar un comentario